31 ene 2009

LA LOCURA A UN PASO DE LA SANIDAD


NOTA: Lo que estás apunto de leer está basado en un sueño en el que los sucesos no se alejan demasiado a los hechos aquí narrados.


ASSYLUM

Estaba en un edificio, no se porque estaba ahí, solamente estaba. Por lo visto era una especie de hospicio, había gente con chalecos de fuerza, y gente sin ellos, era como un hospital híbrido, para pacientes con enfermedades mentales, y pacientes ordinarios. Pero todos andaban libremente por los pasillos, y yo, no se porque estaba ahí, estaba vestido con mi ropa normal, como si hubiese ido a visitar a alguien, pero que yo recuerde, no tenía a nadie a quien visitar.
Me encontraba en el 8º piso, y descendí las escaleras hasta el 7º. En ese piso, la mayoría eran pacientes psiquiátricos, y sobre el chaleco de fuerza tenían una banda como la que usan los escoltas en el colegio, pero algunas eran verdes y otros negros, con algunas manchas rojas, y en la cara exterior tenían estampada la palabra “ASSYLUM”, con tipografía Stencil. La palabra assylum es inglesa, aunque en realidad se escribe asylum, y su traducción es asilo, hospicio. Y aunque decía asilo, no tenía ningún nombre como para saber en qué asilo me encontraba, o quizás ASSYLUM era su nombre.
Cuando estoy apunto de descender al 6º piso, un señor me llama, pidiendo que lo ayude. Ahora no recuerdo bien, pero no superaba los 50 años de edad, si bien aparentaba un poco más. Tenía el pelo prácticamente grisáceo, bien corto y la calvicie ya lo acechaba. El hombre vestía su chaleco de fuerza y la banda verde, y estaba muy tranquilo para ser un loco, era extraño; luego supe por qué. Era manco. Tenía el brazo derecho dentro del chaleco, y el izquierdo, que era sólo la parte superior, estaba cubierto también por el chaleco, pero no estaba atado. Su cara transmitía inquietud, pero también hacía parecer que para él todo andaba en perfectas condiciones. En ese momento me pide que lo acompañe a un lugar, una habitación del piso, la habitación 703. Cuando me dirijo al pasillo que daba a dicha habitación, apoyo mi mano en su espalda, y bruscamente me echa a un lado gritando que no lo toque, por lo visto ese era su problema. El señor me dice que no vaya por ese pasillo, que teníamos que ir por otro camino. Intenté explicarle que era la única manera de dar con la habitación, pero no quiso hacerme caso. Le pedí que me explique por donde ir, pero él contestó con un simple “no sé”. Dije que aguarde un minuto que le iba a preguntar a la mujer de información –otra cosa que me pareció extraña, había un puesto inmenso de información en cada piso-. Él se quedó allí y yo fui a preguntar respecto a otra manera de ir a la habitación, una de las mujeres que se encontraban en el puesto me dijo que la única manera de llegar era por el pasillo al que yo me dirigí, que no haga caso a lo que el paciente me decía. Mientras hablaba, observé que mi nuevo amigo bajaba las escaleras con cara de desesperación y no apartaba su vista de mí.
Me acerco a él para decirle que debíamos ir por el pasillo y de nuevo lo toco como para avanzar, y nuevamente reacciona de mala manera, pero esta vez con menos brusquedad. Pero me di cuenta que tenia el chaleco desabrochado y su brazo derecho estaba libre. Cuando empiezo a subir las escaleras, me tropiezo con un escalón, y luego sigo caminando y tropiezo nuevamente, y a la tercera vez que tropecé, lo miré y vi que ya no tenía su chaleco ni la banda. Ni nada de lo que tenía puesto. Estaba vestido como si fuese un visitante. Un sweater y un jean. Intento caminar pero me siento inútil, sigo tropezándome y ahora no era solo en las escaleras. El hombre me apuraba y yo intentaba reincorporarme. Ya estábamos en el principio del pasillo y dirigí mis pasos por él, pero el hombre nuevamente me dijo que no. Pero esta vez, me dice que no podemos entrar en esas condiciones, no entendía a que se refería. Me dijo que espere, desapareció unos segundos y volvió con una silla de ruedas. “Muy considerado de su parte”, pensé. Él me hizo sentar en la silla, y al instante nos adentramos al pasillo; aún no entendía que sucedía. Cuando entramos en la habitación, no podía vocalizar ninguna palabra, ni emitir sonido alguno. La ropa me picaba demasiado, entonces intenté rasarme, cuando me di cuenta que mis brazos no podían moverse, y que yo no podía verlos. Sentía que mi cuerpo se apretaba y mis brazos no parecían responder. Era como tener un chaleco de fuerza, y de hecho, eso era.